jueves, 17 de noviembre de 2011


RESUMEN DE LAS TRADICIONES PERUANAS (AL PIE DE LA LETRA)

Sinopsis:
Paiva era un capitán del ejército de Salaverry que no ascendía pues todo lo entendía al pie de la letra y no comprendía de metáforas o floreos lingüísticos. Para eso, Palma da tres ejemplos: destruye la casa que le habían mandado allanar, fusila entre dos faroles a quien debía fusilar al amanecer y se hace matar en un enfrentamiento contra los bolivianos.


AL PIE DE LA LETRA

El capitán Paiva era un cuzqueño de estatura gigantesca, fuerza hercúlea y de tal bravura en el campo de batalla que se decía que, lanza en ristre, él solo valía por un escuadrón. Sin embargo, aunque era muy querido por sus generales, se resistían a ascenderlo más allá de capitán. Cadetes de su regimiento llegaron hasta a coroneles, pero para Paiva solo existían los tres galoncitos de capitán.
¿Por qué no ascendía Paiva? Por bruto, para él no equivalían las metáforas, pues todo lo entendía al pie de la letra.
En 1835, Salaverry era jefe supremo de la nación y su hombre de confianza era Paiva, estaba convencido que el capitán preferiría hacerse matar antes de ser desleal o cobarde. Un día, Salaverry llamó a Paiva y le dijo:
—Busca a don Fulano y me lo traes preso, pero si no lo encuentras, allana su casa.
Tres horas después regresó el capitán con el informe de que, tras no haber hallado al sujeto, había dejado su casa tan llana que se podía sembrar sal sobre el terreno. No le quedaba ni una pared en pie. A Paiva se le había ordenado allanar la casa, y como no entendía de floreos lingüísticos, cumplió al pie de la letra.
Salaverry escondió la risa y murmuró:
—¡Pedazo de bruto!
Tenía Salavery un soldado conocido como Cuculí que le servía de barbero, juntos habían mataperreado en la infancia y el presidente abrigaba por él un gran cariño. Pero Cuculí era un tuno completo: tomaba, jugaba a los dados y se apuñalaba con cualquiera por una muchacha. Todo lo hacía abusando del afecto de Salaverry que desoía cuantas quejas sobre él llegaban.
Un día recibió Salaverry una queja tan grave contra Cuculí que llamó a Paiva y le ordenó:
—Llévate ahora mismo a ese bribón al cuartel de granaderos y fusílalo entre dos luces.
Media hora después Paiva había ejecutado la orden: había fusilado a Cuculí entre dos faroles. Paiva no entendía que entre dos luces significa al rayar el alba. Salaverry, que se había propuesto aterrorizar a su asistente y enviar el indulto una hora antes de la ejecución, disimuló una lágrima y murmuró:
—¡Pedazo de bruto!
Desde entonces Salaverry se cuidó mucho de dar alguna orden a Paiva. Días antes de la batalla de Socabaya, el ejército de Salaverry estaba acantonado en Chacllapampa y el regimiento boliviano los hostigaba a disparos de fusil cuyas balas no llegaban al campamento peruano, así que el general decidió dejar que sigan gastando pólvora y estar prevenidos por si los bolivianos avanzaban.
—Dame unos diez lanceros —dijo Paiva a Salaverry— y te traigo un boliviano prisionero.
Salaverry, como hombre práctico, rechazó el ofrecimiento del capitán. Pero Paiva insistió tanto sobre el asunto que Salaverry, fuera de sus casillas, dijo:
—Déjame en paz. Haz lo que quieras. Anda y hazte matar.
Paiva tomó los diez lanceros, avanzó entre las balas enemigas, cogió a un boliviano y lo llevó prisionero. Tres lanceros habían muerto y los restantes volvían heridos. Al presentarse ante Salaverry, Paiva dijo:
—Manda tocar diana. ¡Viva el Perú!
Y cayó del caballo con dos balazos en el pecho y uno en el vientre. Yo no lo afirmo, pero sospecho que Salaverry murmuró conmovido:
—¡Valiente bruto!

RESUMEN DE LAS TRADICIONES PERUANAS (CARTA CANTA)

Sinopsis:
Palma intenta demostrar que la frase “Carta canta” (usada cuando se quiere apoyar un argumento con un escrito) es un peruanismo. Cuenta que los españoles trajeron con ellos muchas frutas desconocidas aquí, como el melón. La hacienda en Barranca de don Antonio Solar, produce su primera cosecha de melones y dos mitayos son enviados a Lima con cinco melones cada uno y una carta para el patrón. Durante el camino, los indios esconden la carta para poder comer un par de melones, creyendo que si la carta no podía verlos, tampoco podría denunciarlos.

Lista de tradiciones resumidas


A mediados del siglo XVI, los escritores castellanos usaban la frase: “Rezan cartas” cuando querían decir que lo dicho constaba en algún documento. Luego las cartas no se conformaron con rezar, sino que empezaron a cantar y es común que se diga “Señor, carta canta”, cuando se quiere defender algo usando un escrito. Anoche, leyendo al padre Acosta, me di con el origen de tal frase que voy a reclamar a la Real Academia como un peruanismo.
Cuando los conquistadores llegaron al , aquí no se conocían el trigo, la cebada, arroz cebolla y otros productos; mientras que el frijol y otras especies por las que se relamían de gusto los españoles las teníamos en casa. Además, algunas de las semillas traídas de Europa dieron aquí mejor fruto que en España: cuentan cronistas que en el valle de Azapa, jurisdicción de Arica, se produjo un rábano tan grande que no alcanzaba un hombre a rodearlo con los brazos.
Don Antonio Solar era por 1558 uno de los vecinos mejor acomodados de Lima, tenía en Barranca una hacienda y mandó traer de España dos yuntas de bueyes. Cuenta un cronista que los indios al ver esto decían: “Los españoles, de haraganes, por no trabajar, emplean esos grandes animales”. Junto con los bueyes le llegaron semillas de melón y otras frutas con las que tales indigestiones se daban los indios que varios murieron. Más de un siglo después, en el gobierno del duque de la Palata, se prohibió que los indios coman pepinos, fruta conocida por sus efectos como mataserrano.
Cuando el melonar de don Antonio dio su primera cosecha, inicia nuestro cuento.
Los diez mejores melones fueron embalados en dos cajones y envíados a hombro de dos indios, junto con una carta para el patrón. Cuando habían avanzado varias leguas se detuvieron a descansar y uno le dijo al otro:
—He pensado en la manera de comer la fruta sin ser descubiertos. Escondamos la carta detrás de la tapia, que si no nos ve comer, no podrá denunciarnos.
En su sencillez, los indios creían que la escritura estaba formada de espiritus que espiaban y contaban los mensajes.
El compañero, convencido, colocó detrás de la tapia la carta, la cubrió con una piedra y ambos devoraron la fruta.
Llegando a Lima, el segundo mitayo se dio una palmada en la frente.
—Hermano, debemos equilibrar cargas, pues si tú llevas cuatro y yo cinco, el patrón sospechará.
Acordado por su compañero, volvieron a esconder la carta y acabaron el segundo melón.
Cuando llegaron a casa de don Antonio le dieron la carta y este, al leerla y contar las frutas, dio con el engaño.
—Ladrones —decía consultando la carta— el mayordomo me envía diez melones y ustedes solo me hacen llegar ocho. ¡Que les den una docena de palos a estos pícaros!
Luego de ser castigados, se sentaron en un rincón muy tristes, y uno dijo al otro:
—Ya ves, hermano. ¡Carta canta!
Don Antonio, que los escuchó, contó riendo la anécdota a sus amigos y la frase se hizo famosa.

RESUMEN DE LAS TRADICIONES PERUANAS (LAS TRES PUERTAS DE SAN PEDRO)

Sinopsis:
Palma explica con este cuento por qué la iglesia de San Pedro en Lima tiene tres puertas, cuando este es un derecho exclusivo de las catedrales. Cuando los jesuitas construían el templo en el siglo XVII, enviaron una carta al Papa solicitando su permiso para construir una puerta. El Papa dio el permiso, aunque no entendía porque solicitaban su aprobación en algo tan trivial como una puerta. Los jesuitas usaron hábilmente este permiso para construir la tercera puerta, dado que a las iglesias se les permitía tener dos, consideraron la venia del Papa como la autorización de la tercera.


Las tres puertas de San Pedro

Nadie desconoce que las catedrales tienen tres puertas, pero ¿Por qué la iglesia de San Pedro, que no es catedral, se engalana con ellas? Confieso que he buscado en crónicas y archivos pero no he dado con la solución del problema, así que me atengo a lo que me contó un viejo, gran escudriñador de antiguallas y conocedor de muchos secretos de Lima. He aquí la tradición:
San Francisco de Borja, en 1568, mandó a Lima a Jerónimo Ruiz de Portillo con cinco adláteres para que fundasen aquí la institución de los jesuitas. Llegados a la ciudad de los reyes empezaron la construcción del Colegio Máximo de San Pablo, que después de la expulsión de los jesuitas en 1767, pasó a llamarse convento de San Pedro, como hoy se le conoce.
Empezó a construirse en 1623 y demoró quince años en terminarse. Fue consagrado el 3 de julio de 1638, con asistencia del virrey conde de Chinchón y ciento sesenta jesuitas; ese mismo día se bendijo la campana, bautizada con el nombre de Agustina. Las fiestas duraron tres días la custodia se estimó en doce mil ducados.
El plano del templo dividía a la iglesia en tres naves, y se había solicitado a Su Santidad en Roma el permiso para una puerta. En esos tiempos el Vaticano acostumbraba halagar a las comunidades religiosas fundadas en el . Así, la iglesia de San Francisco de Lima obtuvo los mismos honores que San Juan de Letrán en Roma. Por eso sobre la puerta de San Francisco en Lima se ven las llaves y la tiara. Los franciscanos, por mostrar su gratitud, grabaron en su coro esta nscripción anagramática, que se lee igual en cualquier sentido:
RARO
AMOR
ROMA
ORAR
Cuando el Papa recibió la solicitud de los jesuitas, se preguntó si era humildad de los hijos de Loyola, inocencia o alguna artimaña suya. ¿Querían realmente permiso del Vaticano para poner una puerta? Finalmente, el permiso fue concedido, aunque el Padre Santo no alcanzó a descubrir el entripado.
Cuando el permiso fue recibido, los jesuitas se apresuraron a construir tres puertas. El cabildo eclesiásticoarmo un lío de los mil diablos y se pidió al poder civil que se los obligue a retirar la tercera puerta. ¿De cuándo aca una compañía tiene privilegios de una Catedral?, decían muy enojados.
Los jesuitas sacaron su permiso firmado por el Papa. Los canónigos dijeron que el permiso no se referían especificamente a construir tres puertas sino el permiso para construir una puerta.
—¿Por que íbamos a pedir permiso para una puerta si ya sabemos que toda iglesia tiene derecho a dos? —argumentaban los jesuitas—, por tanto, el permiso es para una tercera. Está muy claro, señores canónigos.
El cabildo, por supuesto, no se dio por convencido y el asunto llegó a Roma. Su Santidad notó que los jesuitas le habían hecho una jugada maestra con eso del permiso; pero, como no era digno de un Papa confesar la burla, tomó una desición conciliadora. Permitió que la iglesia de San Pedro tenga sus tres puertas, pero prohibía bajo severas penas que la tercera fuera abierta, salvo casos de incendio, terremoto, aseo o refacción del templo.
Habrán visto ustedes que ni el Sábado de Gloria, cuando San Pedro se llena de gente, se abre la tercera puerta. Pues yo tampoco la he visto abierta. Un cerrojo mohoso es prueba de que el templo tiene una puerta de adorno, por fantasía o por chamberinada como decimos los criollos.

RESUMEN DE LAS TRADICIONES PERUANAS (LOS TRES MOTIVOS DEL OIDOR)

Sinopsis:
Se cuenta como el oidor Zárate, intimidado por Francisco de Carbajal, firma el acta que reconoce a Gonzalo Pizarro como gobernador del , entrega a su hija en matrimonio a Blasco de Soto y hasta fallece por tres motivos que se hicieron famosos en la época: por miedo, por miedo y por miedo.


LOS TRES MOTIVOS DEL OIDOR

El 27 de octubre de 1544, entró en Lima Francisco de Carbajal, puso en prisión a los hombres cercanos del virrey Blasco Núñez de Vela y amenazó a ahorcar a cuantos sea necesario hasta que se reconozca por gobernador del Perú a Gonzalo Pizarro.
En la Real Audiencia, los oidores convocaron a los notables a cabildo, se discutió muy rápidamente el asunto y se extendió el acta que reconocía a Gonzalo Pizarro como gobernador. Cuando le llegó su turno al oidor Zárate, antes de firmar escribió: “Juro a Dios y a esta cruz que firmo por tres motivos: por miedo, por miedo y por miedo.”
El oidor Zárate vivía con su hija Teresa, muchacha de veinte años linda desde el zapato hasta la peineta y que tenía su quebradero de cabeza con Blasco de Soto, alférez de las tropas de Carbajal. Cuando Blasco pidió la mano de Teresa a su padre, se vio rechazado. No se rindió, sino que le contó a Carbajal.
—¡Como se entiende! —grito furioso don Francisco— Vamos, que como soy Francisco de Carbajal, mañana te casas. Yo apadrino tu boda y basta.
Carbajal llegó a casa del oidor y sin andarse con rodeos pidió la mano de su hija para su alférez. El pobre Zárate, acorralado, escribió ante el notario su consentimiento: “Conste por esta señal de la cruz que consiento por tres motivos: por miedo, por miedo y por miedo”.
Así se hizo proverbial en Lima esta frase: Los tres motivos del oidor. Cuentan que poco después del matrimonio de la hija, Zárate cayó gravemente enfermo y cuando recibió la Extremaunción llegó a visitarlo Carbajal y le dijo:
—Vuestra merced se muere porque quiere.
—No,mi señor don Francisco —contestó el enfermo—; me muero, no por mi voluntad, sino por tres motivos…
—No los diga que los sé —interrumpió Carbajal y salió riéndose del aposento.

RESUMEN DE LAS TRADICIONES PERUANAS (¡AL RINCÓN! ¡QUITA CALZÓN!)

Sinopsis:
En el seminario de Arequipa, el obispo remplaza de improviso al maestro de latinidad y ante una evaluación oral de sorpresa, manda al rincón a los niños que no responden la pregunta. Un niño pone en aprietos al obispo y consigue el perdón de todos los castigados. Con el tiempo, ese niño se convirtió en un gran forjador de la Independencia.


¡AL RINCÓN! ¡QUITA CALZÓN!

Una mañana de 1976, durante las clases del seminario de Arequipa, el obispo Chávez de la Rosa, encontró que el maestro de latinidad no se había presentado en su aula y decidió reemplazarlo por ese día. Los alumnos, sin maestro, habían olvidado todos los temas de la lección.
El nuevo profesor comprobó el aprendizaje de los alumnos y a cada respuesta equivocada les profería la tremenda frase:
—¡Al rincón! ¡Quita calzón! —pues estaban en los tiempos de creer que la letra con sangre entra y los castigados recibían hasta doce azotes en las posaderas.
Cuando ya había una docena de arrinconados le llegó su turno al más chiquitín y travieso de la clase.
—¿Quid est oratio? —le preguntó el obispo.
El niño quedó mirando el techo (como si las vigas fueran tónico para la memoria) y luego de cinco segundos sin respuesta, el obispo lanzó el inapelable fallo:
—¡Al rincón! ¡Quita calzón!
El chico obedeció, pero murmurando entre dientes algo que incomodó a su ilustrísima. Cuando le preguntó qué rezongaba ,el muchacho negó todo, pero seguía hablando entre dientes. Tanto hurgó el obispo que al fin el niño le dijo:
—Con venia de su señoría, y si no es atrevimiento, quisiera hacerle una pregunta
—A ver, hijo, pregunta —dijo el obispo al que le había picado la curiosidad
—Podría decirme, su señoría, cuántos Dominus vobiscum tiene la misa.
El señor Chávez de la Rosa levantó los ojos y no pudo dar con la respuesta, pues nunca se había puesto a contar cuantos Dominus vobiscum tiene una misa. El padre derrotado, amnistió ese día a todos los castigados gracias al ingenio del muchacho.
El obispo se hizo protector del niño y cuando, en 1804, viajó a España, se llevó con él al cleriguito del Dominus vobiscum.
Andando los tiempos, ese niño se convirtió en uno de los más prestigiosos oradores y prohombre de independencia, Francisco Javier de Luna Pizarro, vigésimo arzobispo de Lima, nacido en Arequipa en 1780 y muerto el 9 de febrero de 1855.

RESUMEN DE LAS TRADICIONES PERUANAS (EL ALACRÁN DE FRAY GÓMEZ)

Sinopsis:
Palma pretende explicar la frase: “Eso vale tanto como el alacrán de fray Gómez”. Cuenta primero algunos milagros del religioso y luego la anécdota del alacrán. Un buhonero ahogado por las deudas va a pedirle un préstamo de quinientos duros, cifra imposible de conseguir para fray Gómez, que vivía en la pobreza. Sin embargo, el religioso le entrega un alacrán que caminaba por su ventana para que pague sus deudas.


El alacrán de fray Gómez

Cuando yo era muchacho escuchaba a las viejas exclamar, cuando una alhaja era de mucho precio:
—¡Esto vale tanto como el alacrán de fray Gómez!
Explicar este dicho de viejas es lo que me propongo con esta tradición.
I
Fray Gómez era un lego contemporáneo de San Francisco Solano que desempeñaba en el convento de los padres seráficos en Lima,la función de refitolero del hospital de los devotos frailes y a quien nunca se le conoció de otra manera que fray Gómez.
Fray Gómez hizo en Lima milagros en cantidades, como quien no quiere la cosa. Un día un caballo desbocado arrojó a su jinete. El desgraciado quedó patitieso, arrojando sangre por la nariz y la boca.
—Se descalabró —gritaba la gente, creyéndolo listo para la tumba.
Fray Gómez se acercó pausadamente al infeliz, le puso el cordón de su hábito en los labios, le echó tres bendiciones y el descalabrado se levantó tan fresco como si no hubiera recibido golpe alguno. Los fieles intentaron llevar en triunfo al lego pero el huyó a su celda. Aunque la versión franciscana cuenta que fray Gómez escapó volando de la multitud. Yo no lo afirmo ni lo niego, puede que sí y puede que no.
Ese mismo día estaba milagreo fray Gómez pues se encaminó a la enfermería y halló muy débil a San Francisco Solano, víctima de una jaqueca.
—Haría bien en tomar algún alimento —le dijo fray Gómez
El santo se negó, pero ante las insistencias de fray Gómez le pidió algo que sabía imposible de conseguir, por no ser la estación propicia:
—Pues mire, hermanito, solo comería con gusto un par de pejerreyes.
Fray Gómez metió la mano en el bolsillo y sacó dos pejerreyes, tan frescos como recién salidos del mar. Los guisó y quedó San Francisco curado como por ensalmo.
Dejo en el tintero otros milagritos de nuestro lego, porque no me he propuesto relatar su vida y milagros.
II
Estaba una mañana fray Gómez en su celda cuyo mobiliario eran cuatro sillones de vaqueta, una mesa mugrienta y una tarima sin colchón, con una piedra en lugar de almohada, cuando llamaron a su puerta con unos ligeros golpecitos y una voz quejumbrosa. El recién llegado era un castellano agobiado por la pobreza pero con semblante de persona honrada.
—Soy buhonero —le dijo el castellano—, tengo familia y mi negocio no prospera; parece que Dios se ha olvidado de mí.
—No desespere hermano.
—El caso es que he tocado muchas puerta para pedir en préstamo un capital de quinientos duros y nada he conseguido. Y en mis cavilaciones pensé pedírselo a usted, que así pobre como es, encontrará una manera de sacarme del apuro.
—¿Cómo imagina, hijo mío, que en esta triste celda pueda tener esa cantidad?
—Tengo fe de que no me dejará ir desconsolado —respondió el castellano.
—La fe lo salvará, hermano. Espere un momento.
Y paseando los ojos por las desnudas paredes, vio un alacrán que caminaba por el marco de la ventana. Fray Gómez arrancó una página de un libro viejo y cogió a la sabandija, la envolvió y se la entregó al visitante.
—Tome, y procure devolverme esta alhajita en en seis meses.
El buhonero agradeció mucho y se encaminó de prisa a la tienda de un usurero. La joya era de una delicadeza incomparable, un prendedor con figura de alacrán; el cuerpo, una esmeralda engarzada sobre oro y la cabeza un grueso brillante con dos rubíes por ojos. La empeñó por quinientos duros, aunque el usurero intentó convencerlo de que le venda la joya.
Con ese capital le fue tan bien en su negocio que al cabo de seis meses pudo desempeñar la alhaja y devolvérsela a fray Gómez. Este tomó el alacrán, lo puso en la ventana y dándole la bendición le dijo:
—Animalito de Dios, sigue tu camino.
Y el alacrán echó a andar libremente por las paredes de la celda.

RESUMEN DE LAS TRADICIONES PERUANAS (DON DIMAS DE LA TIJERETA)

Sinopsis:
Don Dimas de la Tijereta es un viejo escribano muy avaro y de aspecto repulsivo que anda detrás del amor de la veinteañera Visitación. Ante los rechazos de ella, decide darle al diablo su almilla a cambio del amor de la muchacha. El diablo envía a su secretario Lilit y se firma el contrato; se le otorgaba a don Dimas el amor de la muchacha por tres años, al cabo de los cuales, el cachudo cobraría su parte. Cumplido el plazo, don Dimas intenta estafar al mismísimo Lucifer.


DON DIMAS DE LA TIJERETA
Cuento de viejas que trata de cómo un escribano le ganó un pleito al diablo
I
Por los primeros años del siglo pasado, cerca del portal de los Escribanos, vivía un cartulario llamado don Dimas de la Tijereta, escribano de la Real Audiencia y sin una pizca de fe. Se sabía que era hipócrita, timador y que guardaba un tesoro fruto de sus triquiñuelas. Su alma estaba tan desecha que ni Dios la hubiera reconocido, con ser él quien la creó y ni el diablo ni el ángel de la guarda podrían encontrar en él por donde cogerle el alma. Además que todos los gremios tienen como patrón a un santo que ejerció su oficio; pero los pobrecitos escribanos no tenían en el cielo algún camarada que los defienda.
II
Tijereta había caído en la peor tontería de la vejez: se enamoró hasta la coronilla de Visitación, una muchachita de veinte primaveras, una figurita de mírame y no me toques y ojos más matadores que las espadas de los duelistas. Tijereta, que no daba ni las buenas noches,  se propuso conquistar en la chica  con agasajos; empezó a regalarle joyas y vestidos pero la niña nada de nada con él.
Visitación vivía con su tía, vieja como el pecado de la gula, a quien años más tarde castigó la Santa Inquisición. La maldita había adoctrinado a su sobrina para servir de cebo de ricos caballeros a quienes sacar dinero. Don Dimas llegaba todas las noches a verla y Visitación lo escuchaba cortándose las uñas y sin hacerle mayor caso.
III
Seis meses habían pasado de solicitudes vanas y, casado de la espera, Tijereta quiso tener a Visitación a las buenas o a las malas; pero ella lo botó de su casa diciéndole que estaba cansada de aguantarlo. Don Dimas se fue, perdido en sus cavilaciones y llego hasta el cerrito de las Ramas. Enojado dijo en voz alta:
—¡Que venga un diablo cualquiera y se lleve mi almilla a cambio del amor de esa muchacha!
Satanás, que desde los antros más profundos del infierno escuchó el pedido, tocó campanilla y en el acto se le presentó el diablo Lilit, su secretario.
—Ve, Lilit —ordenó— al cerro de las Ramas y extiende un contrato con un hombre que tiene tanto desprecio por su alma que la llama almilla. Concédele lo que pida, que ya sabes que no soy tacaño tratándose de una presa.
Yo, pobre narrador de cuentos. No conozco los pormenores de la entrevista entre don Dimas y Lilit; pero, al regresar al infierno, este le entregó un pergamino a Satanás que decía lo siguiente:
“Conste que yo, don Dimas de la Tijereta, cedo mi almilla al rey de los infiernos, a cambio del amor y posesión de una mujer. Al plazo de tres años me obligo a satisfacer mi deuda”. Luego seguían las firmas de las partes.
Cuando el escribano volvió a su casa, le abrió la puerta nada menos que Visitación, que ebria de amor se arrojó en sus brazos. Lilit había encendido en ella el fuego de Lais y la lubricidad de Mesalina.
IV
Como no hay plazo que no se cumpla, pasaron los tres años y Tijereta se vio nuevamente en el cerro de las Ramas, junto a Lilit, listo para cobrarle su  parte según rezaba el contrato. El escribano entonces comenzó a desvestirse pero Lilit le dijo
—No se tome tanto trabajo, que así vestido como está me lo puedo llevar.
—Pues si no me desvisto no podré pagarle —le respondió don Dimas.
—Haga lo que le plazca —dijo Lilit— que todavía le queda un minuto para que se cumplan los tres años.
El escribano se quitó el jubón interior, se lo entregó al demonio y le dijo:
—Deuda pagada y venga mi documento.
—¿Y qué quiere que haga con esa prenda? —preguntó Lilit luego de haberse reído mucho.
—Esta es mi almilla, que, como reza el contrato es lo que estoy obligado a pagar. Sino revise bien el documento.
—Yo no entiendo payasadas. Guarde sus palabras para cuando esté delante de mi amo.
Y en eso se cumplió el minuto y Lilit se echó al hombro al escribano y encaminó al infierno. Durante el viaje los reclamos de don Dimas eran tan constantes que el demonio tenía que hacer de oídos sordos par no perder la paciencia y sumergir al escribano en un caldero de plomo hirviente. Ya en el cocito, Satanas, enterado de las causas del reclamo, decidió concederle un juicio al escribano.
En breve don Dimas ganó el juicio armado solamente con el Diccionario de la lengua y los jueces ordenaron que sin pérdida de tiempo se regrese a don Dimas a la puerta de su casa. Satanás, como prueba de que se cumplen las leyes en el infierno, permitió que la sentencia se cumpla. Pero, destruido el hechizo, se enteró el escribano que Visitación lo había abandonado para encerrarse a un convento.
Satanás, para no perderlo todo, se quedó con la almilla y es fama que desde entonces los escribanos no usan almilla y cualquier viento pequeño produce en ellos una pulmonía de padre y señor mío.
Lilit, enojado, le dijo que se deje de bromas pero don Dimas contestó que se fije bien en el contrato pues esa era la almilla. En eso se cumplió el minuto y el demonio se lo llevó en los hombros al infierno.
V
No sé bien si don Dimas murió de buena o mala muerte, pero es bien sabido que en el infierno le dijeron que ya no reciben escribanos. Algo así le sucedió al alma de Judas Iscariote, y como viene a cuento su historia la apunto aquí someramente.
Refieren las crónicas que después de suicidarse, tocó en vano las puertas del Purgatorio y otro tanto las puertas del Infierno, así que volvió a la tierra y se introdujo en el cuerpo de un usurero. Desde entonces se dice que los usureros tienen alma de Judas.
Y con esto y con que cada cuatro años uno es bisiesto, pongo punto redondo al cuento.
salvador